domingo, 28 de septiembre de 2014

Clase 12 Estado de Bienestar y Desarrollismo

Algunos apuntes sobre el Estado de Bienestar y el Desarrollismo 

Estado de Bienestar



El Estado de bienestar, postula fundamentalmente que el Estado debe intervenir activamente en la economía y la sociedad, con vistas a complementar el funcionamiento del mercado, garantizando un mínimo de bienestar básico a toda la sociedad.

Su mentor original fue el economista John M. Keynes, quien frente a la aguda depresión económica de 1929, aconsejó dejar de lado el modelo liberal, que el Estado no se quedara en el rol de garante externo, sino que gestionara por si mismo aquello que el mercado no proveía: crédito, empleo e insumos estratégicos. Esta intervención decidida de los Estados permitió a la recuperación de la economía.

¿Cómo interviene en la economía el Estado de Bienestar ?

A través de algunas instituciones típicas de este modelo: a) Empresas Públicas: el Estado se convierte en empresario en aquellos sectores que son indispensables para la economía, pero que el capital privado no quiere o no puede invertir. Por ejemplo: YPF (Yacimiento Petrolíferos Fiscales), ENTEL (empresa nacional de Telecomunicaciones). b) Regulación económica: el Estado dicta normas obligatorias respecto de ciertos aspectos de la actividad económica, con vistas a favorecer su desarrollo. Ejemplo: ley de alquileres urbanos, fijación de precios máximos, fijación de precios sostén o cuotas de producción, etc. c) Impuestos progresivos: se cobran impuestos proporcionalmente mayores a aquellos que tienen mayores riquezas. d) Centralización estatal del crédito: el Estado adquiere un rol predominante (o exclusivo, según los casos) en la asignación de crédito a las empresas privadas, orientando los préstamos hacia los sectores de mayor interés para la nación. e) Expansión monetaria (Inflación): El Estado maneja el tipo de cambio y la cantidad de dinero circulante, en función de sus políticas de desarrollo, sin importar que esto genere inflación. f) Política social: el Estado desarrolla una amplia red de planes de efectiva ayuda social en beneficio de los más pobres. Ejemplo: planes de vivienda económica, jubilaciones y pensiones, subsidios, planes de turismo social, etc. g) Derechos laborales: se consagran y efectivizan un conjunto de nuevos derechos en favor de los trabajadores (jornada limitada, descanso semanal, vacaciones pagas, indemnización por despido, etc.) que llevan a incrementar los salarios junto con el nivel de empleo. h) Proteccionismo. El Estado nacional fomenta las industrias locales, limitando de distintos modos el ingreso de productos importados.

Mediante todas estas instituciones de intervención, el Estado de Bienestar, sin romper con el modo de producción capitalista, establece mecanismos de redistribución por el cual el beneficio de los sectores más ricos de la sociedad se ve acompañado por el incremento del bienestar de los sectores más pobres.

Los autores, que se valen de la forma contrato para entender el Estado, explican al Estado de Bienestar como un pacto:

El Estado de Bienestar ha servido como principal fórmula pacificador a de las democracias capitalistas avanzadas para el período subsiguiente a la Segunda Guerra Mundial. Esta fórmula de paz consiste básicamente, en primer lugar, en la obligación explícita que asume el aparato estatal de suministrar asistencia y apoyo (en dinero o en especie) a los ciudadanos que sufren necesidades y riesgos específicos característicos de la sociedad mercantil; dicha asistencia se suministra en virtud de pretensiones legales otorgadas a los ciudadanos. En segundo lugar, el Estado de bienestar se basa sobre el reconocimiento del papel formal de los sindicatos tanto en la negociación colectiva como en la formación de los planes públicos. Se considera que ambos componentes estructurales del Estado de Bienestar limitan y mitigan el conflicto de clases, equilibran la asimétrica relación de poder entre trabajo y capital, y de ese modo ayudan a superar la situación de luchas paralizantes y contradicciones que constituía el rasgo más ostensible del capitalismo liberal, previo a este tipo de estado. En suma, el Estado de bienestar ha sido celebrado a lo largo del período de postguerra como solución política a contradicciones sociales.” (Offe, 1988: 135)

Esta visión del Keynesianismo como un pacto queda incompleta si no se entiende que se basa en la desigualdad de las partes, y por lo tanto reproduce relaciones de subordinación.

En los países dependientes, la crisis capitalista de la década de 1930 da la oportunidad de avanzar en la industrialización interna. Una parte de la clase dominante local deja de lado su adhesión al anterior modelo y favorece el proceso de sustitución de importaciones. Se acelera el proceso de urbanización, y se conforma una masa obrera, que a diferencia de lo que ocurre en los países centrales, está solo parcialmente organizada, por lo que plantea una débil disputa por la hegemonía. Desde los sectores más altos de la burocracia estatal (sobre todo militar) se ensaya un movimiento político exitoso, intentando alianza entre estos dos actores. Pero para lograrlo, debe –desde el Estado- fortalecer la organización y la expresión política de la clase obrera, cuya capacidad de movilización es la principal fuerza del régimen. Emerge así un nuevo tipo de Estado, que ensaya políticas Keynesianas, pero que a diferencia de los Estados de Bienestar Europeos, se sostienen en la organización heterónoma de los trabajadores.

Para desenvolver las funciones de intervención, regulación del mercado y satisfacción de los derechos sociales, el Estado de Bienestar se vale de aparatos burocráticos sumamente importantes. La centralidad de estas instituciones estatales y el gran poder que adquieren, hacen que el nivel de lo político cobre una gran autonomía, llevando a su máxima expresión el fetiche de la supuesta neutralidad del Estado, que “parece” ubicado por encima de las clases. Claro que en profundidad, su intervención no es neutral, dado que el Estado de Bienestar, en tanto una forma de Estado Capitalista, nunca es imparcial, sino que tiene un compromiso estratégico con la reproducción de las relaciones de explotación capitalista.

Desde el punto de vista político y social, el Estado de bienestar se basa en la alianza de la clase capitalista local con la clase obrera, representada a través de los sindicatos y los partidos populares, de modo que supone la vigencia de una activa mediación de los grupos sindicales, y la implementación, a nivel nacional, de poderosos partidos de masas.

Desarrollismo


Durante el periodo estudiado, el desarrollismo, como corriente del pensamiento económico, concibe el desarrollo como un cambio de estructuras. Las principales elaboraciones en este sentido fueron realizadas por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) desde fines de la década de los cuarenta. A partir de una especial interpretación de los procesos que reglan las relaciones entre los países centrales y los periféricos, pone énfasis en un conjunto de reformas estructurales que es necesario encarar de manera global para superar, precisamente, los obstáculos para el desarrollo. En función de ello elabora un diagnóstico de la situación de la economía latinoamericana: se destaca su condición periférica, y a partir de esta, los efectos en la economía internacional, derivando luego hacia la formulación de prescripciones generales y específicas para superar los principales problemas. Partiendo de la división internacional del trabajo y de la constatación empírica de la existencia de términos de intercambio negativos para los países exportadores de productos primarios, se constata que se dan fuertes oscilaciones en el volumen de la demanda y de los precios internacionales de los mismos; ello provoca fuertes contracciones en la capacidad de importación y, por lo tanto, un alto grado de vulnerabilidad externa y grandes desequilibrios en el ritmo de funcionamiento de la economía. También se advierten severas restricciones estructurales en la transferencia del progreso técnico de los países centrales a los periféricos, debido a la mayor concentración de innovación tecnológica en los productos industriales que estos importaban. Ante este estado de la cuestión, la solución no podía ser otra que la industrialización, comenzando por aquel tipo de industria que fuese capaz de sustituir los bienes importados más escasos y estratégicos. En estas condiciones el funcionamiento de la economía no podía ajustarse a los dictados del mercado ni moverse erráticamente conforme al interés privado de los empresarios capitalistas, sino que era imperativo que lo hiciese en el sentido necesario para cerrar los baches del comercio exterior e incorporar procesos productivos complejos que elevasen el valor agregado nacional, absorbiendo el mayor progreso técnico posible. Esta industrialización planificada tenía además la ventaja de crear puestos de trabajo en las ciudades, en un momento en que la población se urbanizaba aceleradamente. Es así como la industrialización se convierte en el eje del proyecto desarrollista, que perseguía la incorporación masiva de la técnica moderna, la reforma agraria y la democratización política. En efecto, el desarrollismo combinó políticas de modernización y de expansión industrial con la vigencia de instituciones parlamentarias y prácticas electorales. En el primer periodo doctrinario de la CEPAL (1948-1955) las ideas básicas fueron la concepción centro, periferia, la teoría del deterioro de los términos del intercambio y la interpretación del proceso de industrialización de los países latinoamericanos. A partir de este conjunto de ideas, la CEPAL abrió el debate en torno a la necesidad de una política deliberada y específica de industrialización, capaz de promover la acumulación y el desarrollo de la región y, también, en su calidad de organismo supranacional de orientación y consulta, generó una serie de recomendaciones de política económica, cuyos tópicos concernían a la planificación del desarrollo, la protección del mercado interior, la integración latinoamericana, el financiamiento externo, entre otros. Entre 1955 y mediados de la década de los sesenta la corriente cepalina, al amparo del marco teórico desarrollado en la etapa precedente, profundizó el análisis de lo que denominó los obstáculos estructurales al desarrollo. Por un lado atacó las cuestiones contenidas en el concepto de estrangulamiento externo: los desequilibrios de las balanzas de pago de los países latinoamericanos, la asistencia exterior, etc.; y por otro, centró su atención sobre los obstáculos internos al desarrollo latinoamericano: el subempleo, la distribución regresiva del ingreso, la marginalidad.

En síntesis, la política de desarrollo habría de poner el acento sobre un conjunto de reformas estructurales en la función del Estado como orientador, promotor y planificador y en un cambio y ampliación sustancial de las modalidades de financiamiento externo y del comercio internacional.

El golpe de Estado de 1955 en Argentina que derrocó al gobierno peronista, expresó fundamentalmente un cambio en las relaciones de fuerza a escala local, lo que se manifiesta en la toma de medidas de política económica tendentes a neutralizar los pilares esenciales del modelo capitalista de Estado, procurando dinamizar el papel del sector privado en la economía. Ello se inserta en un marco más general —desde fines de la década de 1950 y durante la de 1960— en el que la ideología liberal y el desarrollismo redefinen la nueva inserción dependiente de la economía argentina, en la fase de la internacionalización del capital bajo la hegemonía de Estados Unidos.

La incorporación a este modelo de acumulación, signado por la penetración de las transnacionales como eje esencial, está condicionada por dos tipos de procesos. En primer lugar, un país que exhibe un mercado interno amplio y con una demanda diversificada, recursos naturales disponibles, mano de obra calificada, economía exportadora generadora de excedentes y de divisas para hacer frente a los servicios del capital extranjero, y un sector público capaz de proveer los principales insumos que el nuevo sistema de acumulación requiere. En segundo lugar, y no obstante las ventajas antes mencionadas, el país también muestra una estructura social compleja, en tanto interactúan un sector terrateniente con experiencia para defender los excedentes que genera, un sector de la burguesía nacional no monopólica que intenta buscar —cada vez con menos probabilidad de éxito— mantener su presencia en el mercado interno, y una clase obrera organizada, comprometida con la defensa de sus salarios reales y dispuesta a movilizarse y a negociar para establecer alianzas en defensa de sus intereses.
Es evidente la complejidad de la nueva instancia económico-social y política. Entre 1958 y 1962 el capital extranjero cumple la función de hacer avanzar la centralización de los capitales y la concentración de la producción dentro de una economía semicerrada como la argentina, donde la competencia externa aún no se exhibe como muy relevante. Era necesario reordenar eficientemente el capitalismo local, y en este sentido, la estrategia seguida por el desarrollismo busca articular simultáneamente los ingresos del sector agrario y los beneficios que imponía la radicación del capital extranjero. Eran variados los intereses a conciliar y los grupos a articular, erigiéndose esta gama de contradicciones en el desafío fundamental para la propuesta del desarrollismo en el ámbito político. Además es de destacar que la etapa de industrialización se caracteriza por el control que sobre este proceso ejercen las firmas multinacionales y por su orientación hacia el mercado interno; se trata de la nueva estrategia del gran capital internacional que apunta a la inversión directa en la producción, especialmente en los bienes de consumo durable, aunque también se efectúan importantes inversiones en química, petroquímica y siderurgia. Y en este contexto, el Estado tiene el papel fundamental de apoyo y ampliación del esfuerzo industrializante. Así, el Estado invertirá en sectores de infraestructura pesada, energía, productos de base y transporte, que convengan a los intereses de las grandes firmas multinacionales, que se constituyen en agentes muy dinámicos en el ámbito económico.
"El desarrollismo y el problema agrario durante las décadas de 1950 y 1960", Silvia Lazzaro.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Clase 11 Modelo de Industrialización Sustitutiva de Importaciones

Video del Modelo de Industrialización Sustitutiva de Importaciones: 








Para leer sobre esta etápa: 

2. El proceso de industrialización
La etapa de la industrialización sustitutiva, como rasgo principal de la actividad económica, puede
subdividirse en tres períodos diferenciados:
1. La industrialización «espontánea» (1930-1945).
2. El proyecto industrializador peronista (1946-1955).
3. La industrialización «desarrollista» (1955-1976).
Nuevamente otra crisis, en este caso de origen externo, que se inicia en EEUU en 1929 y constituye el comienzo de un período de depresión económica mundial que duraría casi una década, impacta en la Argentina. Fue la crisis más profunda que padeció el capitalismo en su historia.
Este proceso recesivo se caracterizó por una severa deflación en un sentido amplio, dado que generó restricciones monetarias y financieras, bajas de precios y salarios, y retroceso de las actividades económicas. Fenómenos que se manifestaron a través de reacciones en cadena, puesto que la caída de la producción industrial indujo a una contracción de los mercados internacionales y a una disminución de la demanda de materias primas, cuyos precios bajaron acentuadamente. Los países productores de bienes primarios redujeron las compras de maquinarias y manufacturas, al tiempo que entraron en bancarrota o devaluaron sus monedas, ya que las deudas asumidas con anterioridad no podían ser canceladas. Del mismo modo, los países industriales debieron soportar la caída de los precios de sus productos, aunque protegieron sus mercados con barreras arancelarias o de otro tipo. No pudieron evitar, sin embargo, el cierre de bancos y empresas, una creciente desocupación y situaciones extremas de hambre y pobreza de gran parte de sus poblaciones. Todo ello llevó a la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos, incluyendo el patrón cambio oro, y dio lugar a un retorno a los sistemas de preferencia imperial y a los convenios bilaterales. La Argentina, que tenía una economía abierta al mundo, sufrió de llenó ese impacto con una severa caída de sus exportaciones y un amplio déficit en su balanza comercial, al no poder prescindir de la importaciones de bienes industriales y de muchos bienes de consumo masivo. El proceso de sustitución de importaciones, que proyectó al sector industrial por sobre el agropecuario e inició una nueva etapa en la historia económica argentina, fue así en gran parte producto de la necesidad y no de la voluntad política: había que hacer frente a la crisis económica mundial que afectaba al país. Además, cuando esta etapa comienza a desarrollarse con más fuerza, en los comienzos de la década de 1930, retorna al poder, mediante un golpe de estado cívico-militar, la elite oligárquica que había gobernado hasta 1916. Entonces, contra sus propias ideas imbuidas de liberalismo, los gobiernos conservadores ponen en práctica una intervención creciente del estado en la economía (control de cambios, juntas reguladoras, proteccionismo, diversas medidas fiscales y financieras), que tienden a paliar la situación pero, también, a salvaguardar sus propios intereses, vinculados al sector agropecuario. Al mismo tiempo, el país logra cierto margen de autonomía económica aunque se mantienen los servicios de la deuda externa y se intenta conservar a toda costa, a través del Pacto Roca-Runciman, el mercado británico para la colocación de las carnes enfriadas, el negocio principal de los terratenientes de la pampa húmeda, ahora en el poder político.
Hasta esa época la industria había crecido al compás del resto de la economía, pero subordinada al esquema agroexportador. En cambio, a partir de los años 30, se convertirá en uno de los sectores impulsores del crecimiento económico, facilitado por una importante transformación en la estructura de la producción, que aceleró el proceso de sustitución de importaciones. Los rubros más dinámicos fueron las actividades relacionadas con insumos locales (especialmente los textiles) y la metalurgia liviana. Este núcleo incluye los sectores que podríamos denominar de «sustitución fácil de importaciones», compuestas por bienes de consumo, que reducían el peso del déficit comercial con el exterior, contribuían a canalizar una porción de la renta agraria a través de inversiones industriales y ofrecían una salida a la producción agropecuaria, que hacía posible disminuir la dependencia de las fluctuaciones de los mercados externos. La expansión de la industria textil satisfacía la creciente demanda del mercado interno, permitiendo, al mismo tiempo, el empleo como materia prima de lana y algodón producidos localmente, cuyos mercados internacionales se encontraban afectados por la crisis. El conjunto de ramas vinculadas al sector de automotores se convirtió también en un factor de crecimiento. Si bien la industria automotriz de la época era poco más que un taller de ensamblado de partes importadas, estimulaba el desarrollo de la producción de caucho para neumáticos, la industria de la construcción relacionada con las carreteras y una pléyade de pequeñas firmas familiares de producción de repuestos, actividades que ganarían intensidad en el futuro inmediato. Otro sector cuya aparición en escala importante data de esta época es el de maquinarias y artefactos eléctricos, así como la producción de electrodomésticos, cables y lámparas. En general, las ramas de mayor crecimiento producían bienes de consumo finales, con mayor intensidad en la utilización de mano de obra que en bienes de capital. Las maquinarias y los insumos intermedios utilizados eran, en una alta proporción, importados. De esta forma, comenzó a perfilarse en esta época una característica que se acentuaría en las décadas siguientes: el crecimiento de la producción impulsaba un incremento de las importaciones, hecho que en el futuro enfrentaría al país a serios problemas en la balanza de pagos. En este marco, las ramas tradicionales vinculadas al modelo agroexportador, como los productos agrícolas y ganaderos, crecieron mucho más lentamente, perdiendo participación relativa en el PBI y, en 1944, el PBI industrial superó por primera vez al PBI agropecuario. Por otra parte, el PBI industrial se duplicó entre 1935 y 1939 y volvió a duplicarse durante la segunda guerra mundial mientras crecían el número de establecimientos fabriles y la cantidad de mano de obra ocupada en el sector.
Los cambios en la composición de la estructura social, como consecuencia de la ampliación de la masa de trabajadores industriales y urbanos que trae este proceso de industrialización (a lo que contribuyeron las migraciones internas del campo a las ciudades), y el vacío político resultante de gobiernos apartados de los derechos y aspiraciones de la ciudadanía (fraudulentos y represivos) dieron lugar a la aparición de un fenómeno político nuevo, el peronismo, que estimulará el desarrollo industrial sobre la base de la participación social de los nuevos sectores sociales y de la ampliación del mercado interno y tendrá conductas de una mayor autonomía en el marco internacional.
La industrialización promovida por el peronismo se diferenció de la controlada por la oligarquía. En contraste con el carácter excluyente de esta última, el primer gobierno peronista amplió el mercado interno en función de tres elementos que existían antes de la llegada al poder del peronismo y que contribuyeron a hacerla viable en ese momento. En primer lugar, la creciente dicotomía entre la expansión del mercado interno y el nivel de consumo de las masas. En segundo término, la ausencia de leyes laborales que garantizasen mejores condiciones de vida y de trabajo. Finalmente, el grado importante de intervención del estado en la economía con la consiguiente ampliación del aparato burocrático, que acrecentó su papel no sólo político, sino también social. Factores que Perón percibió, y constituyeron la base de su accionar político, y a los que agregó la «sindicalización por arriba» del movimiento obrero. Mientras que el primer partido popular, el radicalismo, surge levantando las banderas de la democratización del sistema político argentino, el peronismo nace planteando la necesidad de montar mecanismos de justicia social que no existían, algunos de los cuales habían sido propuestos por dirigentes socialistas y de otros partidos en épocas anteriores, sin poderse aprobar o implementar por el poder que tenían las fuerzas conservadoras en el Congreso y el Poder Ejecutivo Nacional. No vamos a analizar exhaustivamente que significó el peronismo desde el punto de vista político aunque puede señalarse la existencia de un estado omnipresente y de un partido político que pretendía representar a todos los sectores sociales y minimizar a la oposición, sin impedirle participar en las elecciones pero obstaculizando su accionar. Tampoco nos detendremos en sus aciertos o errores, desde el punto de vista económico, con un crecimiento fuerte en los primeros años de gobierno aunque con políticas que se revelaron insuficientes para sostener el proceso de industrialización, debiendo soportar una fuerte crisis entre 1950 y 1952 de la que costó salir. Sin embargo, varios aspectos no pueden dejarse de mencionarse en el terreno económico y social. Entre ellos, una apreciable mejora en la distribución de los ingresos, llegando los asalariados a tener una participación del 50% del ingreso nacional; la entrada en vigencia de una serie de leyes sociales –jubilaciones y pensiones, aguinaldos, vacaciones pagas, convenios colectivos de trabajo–; el otorgamiento de beneficios diversos para los sectores de más bajos ingresos -construcción de viviendas populares, hoteles sindicales, etc.; la transferencia de ingresos, mediante una política crediticia y mecanismos institucionales de manejo del comercio exterior, del sector agrario al industrial; y un proceso de nacionalización de las empresas de servicios públicos, sobre todo en los primeros años de gobierno.De todos modos, pese que Perón fue reelegido por una amplia mayoría de votos al termino de su primer mandato y se produjeron cambios en la política económica que permitieron superar la crisis, en septiembre de 1955, en el marco de un enfrentamiento creciente con la Iglesia Católica y sectores opositores, el presidente se vio desplazado del poder por un golpe de estado cívico-militar. Este hecho inauguró una etapa de inestabilidad política en la Argentina que llevó finalmente a la dictadura militar
de 1976.
Es preciso destacar este punto, porque en todo el período que va de mediados de los años 40 hasta mediados de los 70, el país creció económicamente y la distribución del ingreso no empeoró en demasía a pesar del diferente carácter de los distintos gobiernos que fueron pasando, civiles y militares. Pero hubo una fuerte inestabilidad del sistema político, que comenzó con la proscripción del peronismo. Esto condujo, por un lado, a la radicalización de vastos sectores populares, influenciados también por la revolución cubana y movimientos contestatarios en otros países, y llevó, por otro, a un endurecimiento de lo que llamamos el «partido de derecha», que se expresaba a través de las fuerzas armadas. El gobierno desarrollista de Frondizi tuvo cerca de 30 planteos o intentos de golpes de estado antes de ser derrocado y, luego, el radical Illia, que presidía un gobierno débil por las proscripciones políticas, cayó de la misma manera en 1966. El peronismo volvió con el apoyo popular después de que los militares dejaron el poder en 1973, pero entró pronto en profundas contradicciones internas (en la que participaron grupos armados de izquierda y sectores paramilitares de derecha), que se agudizaron con la muerte de Perón y dificultaron una nueva salida política.
En este período de industrialización, no se vuelve a caer en el fuerte endeudamiento externo de la etapa agroexprotadora pero sí en repetidas crisis de la balanza de pagos, los conocidos ciclos de stop-go,
como consecuencia de los requerimientos del propio proceso de industrialización que se contrapone
con una estructura dependiente de las exportaciones agropecuarias. Los ciclos económicos estaban ligados al mismo tiempo al mercado interno y a los mercados externos. En la etapa de auge, ante el aumento de la producción industrial vinculada al consumo local, se incrementaban las importaciones, para comprar bienes de capital e insumos básicos, y se reducían las exportaciones, por la mayor demanda interna originada en la suba del salario real y de los niveles de ingresos. Pero el déficit en la balanza comercial y la disminución de las divisas llevaban a una devaluación que provocaba un aumento del precio de los productos agrarios exportables y de lo insumos importados. Todo esto se traducía en crisis del sector externo, procesos inflacionarios y políticas monetarias restrictivas.
Basado en el desarrollo del mercado interno y en las industrias livianas ese proceso de industrialización fue cambiando en los años 50 y pasando a otra etapa, con la creación de industrias básicas, el énfasis en la necesidad de capitales externos y la necesidad de que el aumento de los salarios esté ligado al incremento de la productividad. En su etapa final se agrega también un tímido intento de exportación de manufacturas. El gran problema en este período no fue principalmente económico sino político, en particular por el hecho de que el partido mayoritario, el peronismo, estaba proscrito y de que los militares intervinieron permanentemente en la vida pública.Vemos, por el contrario, desde el punto de vista económico, un proceso de crecimiento importante, que entre 1945 y 1963 padeció diversas crisis en la balanza de pagos y brotes inflacionarios, pero que luego, entre 1964 y 1974, tuvo un período de ascenso ininterrumpido, superando esos problemas cíclicos, con una tasa promedio del cerca de 5% anual. Sin embargo, desde el punto de vista político lo que se observa es una grave y seria inestabilidad que termina con el golpe de estado de 1976, lo que de ninguna manera reflejaba el agotamiento del proceso de industrialización.

Rapoport, Mario “Mitos, etapas y crisis en la economía argentina”, Nación - Región - Provincia en Argentina, 2007, No. 1

viernes, 19 de septiembre de 2014

Clase 10 Modelo Agroexportador

Este es el link del video sobre el modelo agroexportador:

Argentina Agroexportadora

II. La Argentina agroexportadora, el liberalismo económico y el vínculo privilegiado con
Gran Bretaña. Por Mario Rapoport.

La Argentina agroexportadora se sustentaba en una estructura socio-económica en la cual la propiedad de la tierra, el bien abundante, estaba concentrada en un núcleo reducido y poderoso de terratenientes; y en donde los capitales externos, si bien ayudaron a montar el aparato agroexportador tenían, por lo general, su rentabilidad garantizada por el Estado o se invertían con fines especulativos, creando un creciente endeudamiento externo y problemas en la balanza de pagos. Todo ello presidido por una ideología rectora: el liberalismo económico. En palabras de Juan Bautista Alberdi, uno de sus expositores más lúcidos, la Constitución argentina “más que la libertad política” había tendido a procurar “la libertad económica”.
El país llegó a formar parte así, en forma destacada, en tanto exportador de alimentos y materias primas e importador de bienes de capital y productos manufacturados, de una división internacional del trabajo, basada en el libre cambio, que tenía por eje a Gran Bretaña, el principal poder económico de la época. Durante el período agro-exportador los ciclos económicos obedecían, por un lado, a las relaciones entre la inversión, la producción y las exportaciones y, por otro, al movimiento favorable o adverso de los flujos de capital, influenciados desde el Banco de Inglaterra a través de una baja o una suba de las tasas de interés. Existió una notable expansión económica pero también una dependencia de los mercados externos y de esos movimientos de capital y cuando éstos se detenían, como en 1885, en 1890 o en 1913 o los mercados se contraían drásticamente, como en 1930, las crisis estallaban.
En lo que se refiere al sistema político interno, hacia 1880 se conforma la unidad nacional bajo la dirección de gobiernos oligárquicos. Esos gobiernos guardan las formas constitucionales, aunque excluyen a los sectores opositores del posible ejercicio del poder y eligen a sus sucesores.
Al mismo tiempo, abren las puertas a los nuevos inmigrantes pero no les facilitan su conversión en ciudadanos ni el acceso a la propiedad de la tierra. La política exterior del “orden conservador” (1880-1916) tenía como objetivo dar garantías a los inversores extranjeros, asegurar la financiación externa del Estado y ampliar los mercados europeos, donde la Argentina colocaba su producción agroexportadora. Esta política, atlantista, liberal y “abierta al mundo” -sobre todo a Europa-, daba la espalda a América del Sur y desdeñaba las alianzas con los países de la región. Argentina profundizaba sus relaciones diplomáticas con el viejo continente en general y con Inglaterra en particular, a la vez que intentaba obstruir los intentos estadounidenses de consolidar su hegemonía continental. Este “consenso conservador” se manifestó a través de diversas corrientes ideológicas. La predominante, de matriz “comercialista” liberal, que intentaba reducir al mínimo la aparición de conflictos, y la de la “real politik” del nacionalismo territorial, que impulsaba políticas de fuerza frente a las naciones vecinas y alentaba la espiral armamentística. A su vez, en la política exterior impulsada por cada grupo se manifestaban los alineamientos de los distintos sectores de la elite
con intereses de origen británico o de otros países europeos. Esa conformación de los sectores dirigentes se expresó, por ejemplo, en la oposición al intento estadounidense de establecer una unión aduanera y una moneda común, en la primera conferencia panamericana de 1889. Frente a la consigna esgrimida por los Estados Unidos de “América para los americanos”, el representante argentino Roque Sáenz Peña expresaba una diferente: “América para la Humanidad”. Por otra parte, la conciencia de la problemática del endeudamiento externo se manifiesta en la Doctrina Drago de 1902, que condenaba la intervención militar de países  europeos en Venezuela para obligar a este país a cumplir con sus compromisos financieros. Tras el fin del régimen oligárquico, llegó al poder el radicalismo (1916-1930), gracias a una nueva ley electoral que garantizaba los derechos ciudadanos y establecía un sistema más democrático instaurado por la Ley Sáenz Peña, con el voto secreto y obligatorio para la población masculina en 1912. Si bien, en términos generales, existió una continuidad en cuanto a la estructura productiva y al modelo económico basado en la agroexportación, se produjeron algunos cambios respecto al período anterior: se implementó una política fiscal que acentuó las cargas directas sobre las tierras y el capital; se expandió el gasto estatal -fundamentalmente el empleo público- y hubo una cierta redistribución de ingresos a favor de los salarios, las pensiones y la administración; aunque muchas leyes propuestas se frenaron en el Congreso de la Nación porque la mayoría de la cámara de Senadores estaba en manos de la oposición conservadora. El concepto de “reparación” era utilizado para fundamentar estos cambios, basados en una política que se cuidó en no afectar los núcleos de interés sobre las cuales se sostenía el esquema agroexportador. Sin embargo, esta política hizo que el aumento del gasto creciera a un ritmo mayor que el de los recursos disponibles, generando un desequilibrio fiscal agravado en los períodos recesivos.
La política exterior radical mostró, a su vez, una mayor autonomía respecto a la que sustentaba  el régimen oligárquico. En la Primera Guerra, tras el ascenso de Yrigoyen como presidente, se pasó de la neutralidad “pasiva” decidida por el conservador Victorino de la Plaza - funcional a los intereses británicos, que pretendían mantener el comercio bilateral con Argentina una neutralidad “activa”, que cuestionaba los fundamentos de la guerra entre las potencias, resistiendo, desde 1917, la ofensiva de Washington sobre el continente americano para que los países de la región abandonen la neutralidad. Por el contrario, el gobierno radical auspició un congreso de países neutrales del continente y luego retiró a la delegación argentina de la Sociedad de las Naciones, sosteniendo el principio universal de que todas debían tener igualdad de derechos. Estos elementos muestran el carácter más independiente de la política exterior, pero manteniendo siempre la inserción internacional que se había establecido en la etapa anterior y el vínculo privilegiado con Gran Bretaña.
Sucedió a Yrigoyen un gobierno radical con una orientación más conservadora, el de Marcelo T. de Alvear, que presidió el país en momentos en que retornaba cierta prosperidad, manteniendo  externamente una firme vinculación con Europa. En cambio, la vuelta de Yrigoyen, en 1928, no fue bien vista por las elites tradicionales, que comenzaron a preparar un golpe de Estado en el que participaron civiles y militares. Este se produjo en septiembre de 1930 marcando el retorno al poder de la vieja oligarquía conservadora.

Desde el punto de vista económico, en la década del ’20 se pudo observar un incremento del comercio y de las inversiones provenientes de EEUU. Comenzó a desarrollarse allí un triángulo de relaciones comerciales y financieras anglo-argentino-norteamericano, en el que Inglaterra seguía siendo el principal mercado para los productos argentinos, pero los flujos de capitales y las manufacturas más sofisticadas venían del país vecino del norte. Sin embargo, este último mantenía o aumentaba sus barreras para la entrada de productos agropecuarios argentinos, que consideraba competitivos para su propia economía creando fuertes desavenencias con las elites económicas predominantes en el país.

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