Gran Bretaña. Por Mario Rapoport.
La Argentina agroexportadora se
sustentaba en una estructura socio-económica en la cual la propiedad de la
tierra, el bien abundante, estaba concentrada en un núcleo reducido y poderoso
de terratenientes; y en donde los capitales externos, si bien ayudaron a montar
el aparato agroexportador tenían, por lo general, su rentabilidad garantizada
por el Estado o se invertían con fines especulativos, creando un creciente
endeudamiento externo y problemas en la balanza de pagos. Todo ello presidido
por una ideología rectora: el liberalismo económico. En palabras de Juan
Bautista Alberdi, uno de sus expositores más lúcidos, la Constitución argentina
“más que la libertad política” había tendido a procurar “la libertad
económica”.
El país llegó a formar parte así,
en forma destacada, en tanto exportador de alimentos y materias primas e
importador de bienes de capital y productos manufacturados, de una división
internacional del trabajo, basada en el libre cambio, que tenía por eje a Gran
Bretaña, el principal poder económico de la época. Durante el período
agro-exportador los ciclos económicos obedecían, por un lado, a las relaciones
entre la inversión, la producción y las exportaciones y, por otro, al
movimiento favorable o adverso de los flujos de capital, influenciados desde el
Banco de Inglaterra a través de una baja o una suba de las tasas de interés.
Existió una notable expansión económica pero también una dependencia de los
mercados externos y de esos movimientos de capital y cuando éstos se detenían,
como en 1885, en 1890 o en 1913 o los mercados se contraían drásticamente, como
en 1930, las crisis estallaban.
En lo que se refiere al sistema
político interno, hacia 1880 se conforma la unidad nacional bajo la dirección
de gobiernos oligárquicos. Esos gobiernos guardan las formas constitucionales,
aunque excluyen a los sectores opositores del posible ejercicio del poder y
eligen a sus sucesores.
Al mismo tiempo, abren las
puertas a los nuevos inmigrantes pero no les facilitan su conversión en
ciudadanos ni el acceso a la propiedad de la tierra. La política exterior del
“orden conservador” (1880-1916) tenía como objetivo dar garantías a los
inversores extranjeros, asegurar la financiación externa del Estado y ampliar
los mercados europeos, donde la Argentina colocaba su producción
agroexportadora. Esta política, atlantista, liberal y “abierta al mundo” -sobre
todo a Europa-, daba la espalda a América del Sur y desdeñaba las alianzas con
los países de la región. Argentina profundizaba sus relaciones diplomáticas con
el viejo continente en general y con Inglaterra en particular, a la vez que
intentaba obstruir los intentos estadounidenses de consolidar su hegemonía continental.
Este “consenso conservador” se manifestó a través de diversas corrientes
ideológicas. La predominante, de matriz “comercialista” liberal, que intentaba
reducir al mínimo la aparición de conflictos, y la de la “real politik” del
nacionalismo territorial, que impulsaba políticas de fuerza frente a las
naciones vecinas y alentaba la espiral armamentística. A su vez, en la política
exterior impulsada por cada grupo se manifestaban los alineamientos de los
distintos sectores de la elite
con intereses de origen británico
o de otros países europeos. Esa conformación de los sectores dirigentes se
expresó, por ejemplo, en la oposición al intento estadounidense de establecer
una unión aduanera y una moneda común, en la primera conferencia panamericana
de 1889. Frente a la consigna esgrimida por los Estados Unidos de “América para
los americanos”, el representante argentino Roque Sáenz Peña expresaba una
diferente: “América para la Humanidad”. Por otra parte, la conciencia de la
problemática del endeudamiento externo se manifiesta en la Doctrina Drago de
1902, que condenaba la intervención militar de países europeos en Venezuela para obligar a este
país a cumplir con sus compromisos financieros. Tras el fin del régimen oligárquico,
llegó al poder el radicalismo (1916-1930), gracias a una nueva ley electoral
que garantizaba los derechos ciudadanos y establecía un sistema más democrático
instaurado por la Ley Sáenz Peña, con el voto secreto y obligatorio para la
población masculina en 1912. Si bien, en términos generales, existió una
continuidad en cuanto a la estructura productiva y al modelo económico basado
en la agroexportación, se produjeron algunos cambios respecto al período
anterior: se implementó una política fiscal que acentuó las cargas directas
sobre las tierras y el capital; se expandió el gasto estatal -fundamentalmente
el empleo público- y hubo una cierta redistribución de ingresos a favor de los
salarios, las pensiones y la administración; aunque muchas leyes propuestas se
frenaron en el Congreso de la Nación porque la mayoría de la cámara de
Senadores estaba en manos de la oposición conservadora. El concepto de
“reparación” era utilizado para fundamentar estos cambios, basados en una
política que se cuidó en no afectar los núcleos de interés sobre las cuales se
sostenía el esquema agroexportador. Sin embargo, esta política hizo que el
aumento del gasto creciera a un ritmo mayor que el de los recursos disponibles,
generando un desequilibrio fiscal agravado en los períodos recesivos.
La política exterior radical
mostró, a su vez, una mayor autonomía respecto a la que sustentaba el régimen oligárquico. En la Primera Guerra,
tras el ascenso de Yrigoyen como presidente, se pasó de la neutralidad “pasiva”
decidida por el conservador Victorino de la Plaza - funcional a los intereses
británicos, que pretendían mantener el comercio bilateral con Argentina una
neutralidad “activa”, que cuestionaba los fundamentos de la guerra entre las
potencias, resistiendo, desde 1917, la ofensiva de Washington sobre el continente
americano para que los países de la región abandonen la neutralidad. Por el
contrario, el gobierno radical auspició un congreso de países neutrales del
continente y luego retiró a la delegación argentina de la Sociedad de las
Naciones, sosteniendo el principio universal de que todas debían tener igualdad
de derechos. Estos elementos muestran el carácter más independiente de la
política exterior, pero manteniendo siempre la inserción internacional que se
había establecido en la etapa anterior y el vínculo privilegiado con Gran
Bretaña.
Sucedió a Yrigoyen un gobierno
radical con una orientación más conservadora, el de Marcelo T. de Alvear, que
presidió el país en momentos en que retornaba cierta prosperidad,
manteniendo externamente una firme vinculación
con Europa. En cambio, la vuelta de Yrigoyen, en 1928, no fue bien vista por
las elites tradicionales, que comenzaron a preparar un golpe de Estado en el
que participaron civiles y militares. Este se produjo en septiembre de 1930
marcando el retorno al poder de la vieja oligarquía conservadora.
Desde el punto de vista
económico, en la década del ’20 se pudo observar un incremento del comercio y
de las inversiones provenientes de EEUU. Comenzó a desarrollarse allí un
triángulo de relaciones comerciales y financieras
anglo-argentino-norteamericano, en el que Inglaterra seguía siendo el principal
mercado para los productos argentinos, pero los flujos de capitales y las
manufacturas más sofisticadas venían del país vecino del norte. Sin embargo,
este último mantenía o aumentaba sus barreras para la entrada de productos
agropecuarios argentinos, que consideraba competitivos para su propia economía
creando fuertes desavenencias con las elites económicas predominantes en el
país.
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